Como era de esperarse, teníamos muchas dudas y miedos. Nos inquietaba dejar atrás nuestra vida conocida y la posibilidad de fracasar. Nos dimos cuenta de que estos miedos eran naturales, así que decidimos enfrentarlos poco a poco, paso a paso, ganando confianza con cada avance.

Encontrar vivienda en un nuevo país, sin referencias locales ni un contrato laboral estable, fue uno de los retos más grandes. Aunque uno de nosotros contaba con un empleo en línea, había incertidumbre sobre cómo sostenernos a largo plazo en este entorno desconocido.

La adaptación cultural, especialmente con nuestra hija en un nuevo sistema educativo, fue un tema importante. Nos preocupaba cómo se ajustaría al nuevo colegio y cómo nos adaptaríamos a la cultura, pero con tiempo y dedicación superamos estos obstáculos y nos integramos a nuestra nueva realidad.

La falta de claridad en los costos fue otra dificultad. No sabíamos cuánto dinero necesitaríamos para la visa ni para los gastos de seguros, alquiler y vida diaria, y los gastos inesperados que surgieron nos tomaron por sorpresa. La planificación financiera fue crucial para ajustar el presupuesto y lograr estabilidad.

Al inicio, encontrar recursos y contactos confiables fue complicado. Los trámites tanto en nuestro país de origen como en el destino resultaron complejos y, sin fuentes de información claras, se hacía aún más difícil entender cada paso.

Hubo muchas ocasiones en que nos cuestionamos si estábamos tomando la decisión adecuada. Nos preocupaba el impacto en nuestras relaciones y la estabilidad emocional de nuestra familia. Aun así, fuimos descubriendo que, pese a las dificultades, la decisión de emigrar estaba abriendo puertas que antes no habíamos considerado.